DÉCADA DE LA EDUCACIÓN PARA LA SOSTENIBILIDAD
TEMAS DE ACCIÓN CLAVE
1.
SOSTENIBILIDAD
El concepto de sostenibilidad
surge por vía negativa, como resultado de los análisis de la situación del
mundo, que puede describirse como una «emergencia planetaria» (Bybee, 1991),
como una situación insostenible que amenaza gravemente el futuro de la
humanidad.
“Un futuro amenazado” es,
precisamente, el título del primer capítulo de Nuestro futuro común, el informe
de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, conocido como
Informe Brundtland (cmmad, 1988), a la que debemos uno de los primeros intentos
de introducir el concepto de sostenibilidad o sustentabilidad: «El desarrollo
sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades de la generación
presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para
satisfacer sus propias necesidades».
El ritmo alarmante a que se está
despojando la superficie de la Tierra indica que muy pronto ya no tendremos
árboles que talar para el desarrollo humano». Y ese conocimiento es nuevo: la
idea de insostenibilidad del actual desarrollo es reciente y ha constituido una
sorpresa para la mayoría. Y es nueva en otro sentido aún más profundo: se ha
comprendido que la sostenibilidad exige planteamientos holísticos, globales;
exige tomar en consideración la totalidad de problemas interconectados a los
que la humanidad ha de hacer frente y que sólo es posible a escala planetaria, porque
los problemas son planetarios: no tiene sentido aspirar a una ciudad o un país
sostenibles (aunque sí lo tiene trabajar para que un país, una ciudad, una
acción individual, contribuyan a la sostenibilidad). Esto es algo que no debe
escamotearse con referencias a algún texto sagrado más o menos críptico o a
comportamientos de pueblos muy aislados para quienes el mundo consistía en el
escaso espacio que habitaban.
2.
EDUCACIÓN PARA LA SOSTENIBILIDAD
La importancia dada por los expertos
en sostenibilidad al papel de la educación queda reflejada en el lanzamiento
mismo de la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible o, mejor, para
un futuro sostenible (2005-2014) a cuyo impulso y desarrollo está destinada
esta página web.
Como señala UNESCO (ver “enlaces”
en esta misma página web): «El Decenio de las Naciones Unidas para la educación con miras
al desarrollo sostenible pretende promover la educación como fundamento de una
sociedad más viable para la humanidad e integrar el desarrollo sostenible en el
sistema de enseñanza escolar a todos los niveles. El Decenio intensificará
igualmente la cooperación internacional en favor de la elaboración y de la
puesta en común de prácticas, políticas y programas innovadores de educación para
el desarrollo sostenible».
En esencia se propone impulsar una
educación solidaria –superadora de la tendencia a orientar el comportamiento en
función de intereses particulares a corto plazo, o de la simple costumbre– que
contribuya a una correcta percepción del estado del mundo, genere actitudes y
comportamientos responsables y prepare para la toma de decisiones fundamentadas
dirigidas al logro de un desarrollo culturalmente plural y físicamente
sostenible.
La educación para un futuro
sostenible habría de apoyarse, cabe pensar, en lo que puede resultar razonable
para la mayoría, sean sus planteamientos éticos más o menos antropocéntricos o biométricos.
Dicho con otras palabras: no conviene buscar otra línea de demarcación que la
que separa a quienes tienen o no una correcta percepción de los problemas y una
buena disposición para contribuir a la necesaria toma de decisiones para su
solución. Basta con ello para comprender que, por ejemplo, una adecuada
educación ambiental para el desarrollo sostenible es incompatible con una
publicidad agresiva que estimula un consumo poco inteligente; es incompatible
con explicaciones simplistas y maniqueas de las dificultades como debidas
siempre a “enemigos exteriores”; es incompatible, en particular, con el impulso
de la competitividad, entendida como contienda para lograr algo contra otros
que persiguen el mismo fin y cuyo futuro, en el mejor de los casos, no es
tenido en cuenta, lo cual resulta claramente contradictorio con las
características de un desarrollo sostenible, que ha de ser necesariamente
global y abarcar la totalidad de nuestro pequeño planeta.
Consumo responsable (ecológico o
sostenible), presidido por las “3 R” (reducir, reutilizar y reciclar), que
puede afectar desde la alimentación (reducir, por ejemplo, la ingesta de carne)
al transporte (promover el uso de la bicicleta y del transporte público como
formas de movilidad sostenible), pasando por la limpieza (evitar sustancias
contaminantes), la calefacción e iluminación (sustituir las bombillas
incandescentes por las de bajo consumo) o la planificación familiar, etc., etc.
(Button y Friends of the Earth, 1990; Silver y Vallely, 1998; García Rodeja,
1999; Vilches y Gil, 2003). Particular importancia está adquiriendo la idea de
compensar los efectos de aquellas acciones que contribuyan a la degradación y
no podamos evitar, como, por ejemplo, determinados viajes en avión (Bovet et
al., 2008, pp 22-23). Puede consultarse, entre otras, la web www.ceroco2.org.
Es necesario, por ello, establecer
compromisos de acción en los centros educativos y de trabajo, en los barrios,
en las propias viviendas… para poner en práctica algunas de las medidas y
realizar el seguimiento de los resultados obtenidos. Estas acciones debidamente
evaluadas se convierten en el mejor procedimiento para una comprensión profunda
de los retos y en un impulso para nuevos compromisos.
Éste es el objetivo, por
ejemplo de “Hogares verdes”, un programa educativo dirigido a familias
preocupadas por el impacto ambiental y social de sus decisiones y hábitos
cotidianos. El programa persigue:
• Promover el autocontrol del
consumo de agua y energía.
• Introducir medidas y
comportamientos que favorezcan el ahorro.
• Ayudar a hacer una compra más
ética y ecológica.
El programa propone, en una primera
fase, reducir las emisiones de CO2 en el equivalente al objetivo marcado por
Kyoto (5.2%) y el consumo doméstico del agua entre un 6 y un 10%. En una
segunda fase pretende:
• Sustituir al menos 5 productos
de alimentación básicos por otros procedentes de agricultura y ganadería
ecológica o comercio justo.
• Eliminar de la lista de compra
al menos dos productos nocivos.
• Eliminar igualmente al menos dos
productos superfluos.
De este modo, mediante una serie de medidas
progresivas, que cuentan con el debido seguimiento, se evita generar desánimo y
el consiguiente abandono y se contribuye a la implicación de la ciudadanía para
la construcción de un futuro sostenible. Pero el objetivo ha de ser llegar a
extender los cambios de actitud y comportamiento al conjunto de actividades que
como consumidores, profesionales y ciudadanos podemos realizar (Vilches, Praia
y Gil-Pérez, 2008).
El Premio Goldman, también conocido como “Premio Nobel
Verde” viene a destacar anualmente la labor de ecologistas de base en defensa
del medio y, en particular, en la protección de ecosistemas y espacios en
peligro, contribuyendo así a la creación de un clima social de implicación en
la construcción de un futuro sostenible.
3.
CRECIMIENTO ECONÓMICO Y
SOSTENIBILIDAD
Cabe reconocer que este
extraordinario crecimiento produjo importantes avances sociales. Baste señalar
que la esperanza de vida en el mundo pasó de 47 años en 1950 a 64 años en 1995.
Ésa es una de las razones, sin duda, por la que la mayoría de los responsables
políticos, movimientos sindicales, etc., parecen apostar por la continuación de
ese crecimiento. Una mejor dieta alimenticia, por ejemplo, se logró aumentando
la producción agrícola, las capturas pesqueras, etc. Y los mayores niveles de
alfabetización, por poner otro ejemplo, estuvieron acompañados, entre otros
factores, por la multiplicación del consumo de papel y, por tanto, de madera…
Éstas y otras mejoras han exigido, en definitiva, un enorme crecimiento
económico, pese a estar lejos de haber alcanzado a la mayoría de la población.
los indicadores económicos como la
producción o la inversión han sido, durante años, sistemáticamente positivos,
los indicadores ambientales resultaban cada vez más negativos, mostrando una
contaminación sin fronteras y un cambio climático que degradan los ecosistemas
y amenazan la biodiversidad y la propia supervivencia de la especie humana. Y
pronto estudios como los de Meadows sobre “Los límites del crecimiento”
(Meadows et al., 1972; Meadows, Meadows y Randers, 1992; Meadows, Randers y
Meadows, 2006) establecieron la estrecha vinculación entre ambos indicadores,
lo que cuestiona la posibilidad de un crecimiento sostenido.
Pero lo que no puede continuar es
un crecimiento económico que conlleva un insostenible impacto ambiental, cuyo
origen antrópico está fuera de toda duda, pero que hasta aquí no ha sido tomado
seriamente en consideración, aunque hayan surgido ya propuestas de crecimiento
cero e incluso de decrecimiento y se hable de “a-crecimiento” (Latouche, 2008).
Más aún, se precisan urgentes medidas correctoras que pongan fin al proceso de
degradación. La grave crisis financiera y económica que el conjunto del planeta
está viviendo actualmente aparece como una seria advertencia de la necesidad y
urgencia de dichas medidas, pero constituye también, como ha señalado el
Secretario General de Naciones Unidas Ban Ki-Moon, una oportunidad para
impulsar un desarrollo auténticamente sostenible, una economía verde, fuente de
empleos verdes –asociados a recursos de energía limpios y renovables– que
desplace a la economía “marrón”, basada en el uso de combustibles fósiles: «En
un momento en que el desempleo está creciendo en muchos países, necesitamos
nuevos empleos. En un momento en que la pobreza amenaza con afectar a cientos
de millones de personas, especialmente en las partes menos desarrolladas del
mundo, necesitamos una promesa de prosperidad; esta posibilidad está al alcance
de nuestra mano». Con ese objetivo el Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente (PNUMA) ha lanzado un plan para reanimar la economía global al
mismo tiempo que, como señala Ban Ki-Moon, «se enfrenta el desafío definitorio
de nuestra época: el cambio climático».
4.
CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO
Dada la frecuente resistencia a
aceptar que el crecimiento demográfico representa hoy un grave problema
(Vilches y Gil, 2003), conviene proporcionar algunos datos acerca del mismo que
permitan valorar su papel, junto al hiperconsumo de una quinta parte de la
humanidad, en el actual crecimiento no sustentable y situación de auténtica
emergencia planetaria (Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo,
1988; Ehrlich y Ehrlich, 1994; Brown y Mitchell, 1998; Folch, 1998; Sartori y
Mazzoleni, 2003; Diamond, 2006).
A lo largo del siglo 20 la
población se ha más que cuadruplicado. Y aunque se ha producido un descenso en
la tasa de crecimiento de la población, ésta sigue aumentando en unos 80
millones cada año, por lo que puede duplicarse de nuevo en pocas décadas.
El problema demográfico es el
problema más grave al que se enfrenta la humanidad, dada la enorme diferencia
de tiempo que transcurre entre el inicio de un programa adecuado y el comienzo
del descenso de la población». Y aunque se puede discrepar de que constituya
«el problema más grave», sí cabe reconocer que «se superponen los dos factores
que están asociados de forma permanente e indisoluble al impacto de la
humanidad sobre el ambiente: de un lado, el derroche de los más ricos, y de
otro, el enorme tamaño de la población mundial.
Por otro lado, las predicciones
más optimistas no consideran que la población pueda bajar de 9000 millones a
mitad del siglo XXI. Hay muchos programas de planificación familiar en el
mundo, pero funcionan mejor en aquellos países en que la renta está más
justamente repartida que en los que no lo está.
Esos programas se han visto más
eficaces cuando van dirigidos a las mujeres y cuando plantean mejorar los
niveles sanitarios y de educación de las mujeres en esos países más pobres. Sin
la participación plena de las mujeres en los programas de planificación
familiar no habrá un desarrollo equilibrado en los países con índices de
crecimiento elevado. En palabras del Nobel de Economía Amartya Sen: «El
desarrollo económico puede distar de ser el mejor anticonceptivo, pero el
desarrollo social –especialmente la educación y el empleo femeninos– puede ser
muy eficaz». Esto lo señala en su libro Desarrollo y Libertad (Sen, 1999) al
plantear su preocupación por la tasa de crecimiento de la población mundial y
la necesidad de soluciones para el control de la natalidad y el logro de una
paternidad y maternidad responsables.
5.
TECNOCIENCIA PARA LA SOSTENIBILIDAD
Cuando se plantea la contribución
de la tecnociencia a la sostenibilidad, la primera consideración que es preciso
hacer es cuestionar cualquier expectativa de encontrar soluciones puramente
tecnológicas a los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad. Pero, del
mismo modo, hay que cuestionar los movimientos anti-ciencia que descargan sobre
la tecnociencia la responsabilidad absoluta de la situación actual de deterioro
creciente. Muchos de los peligros que se suelen asociar al “desarrollo
científico y tecnológico” han puesto en el centro del debate la cuestión de la
“sociedad del riesgo”, según la cual, como consecuencia de dichos desarrollos
tecnocientíficos actuales, crece cada día la posibilidad de que se produzcan
daños que afecten a una buena parte de la humanidad y que nos enfrentan a
decisiones cada vez más arriesgadas.
Es preciso, sin embargo, analizar
con cuidado las medidas tecnocientíficas propuestas y sus posibles riesgos,
para que las aparentes soluciones no generen problemas más graves, como ha
sucedido ya tantas veces. Pensemos, por ejemplo, en la revolución agrícola que,
tras la Segunda Guerra Mundial, incrementó notablemente la producción gracias a
los fertilizantes y pesticidas químicos como el DDT. Se pudo así satisfacer las
necesidades de alimentos de una población mundial que experimentaba un rápido
crecimiento... pero sus efectos perniciosos (pérdida de biodiversidad, cáncer,
malformaciones congénitas...) fueron denunciados ya a finales de los 50 por
Rachel Carson (1980). Y pese a que Carson fue inicialmente criticada como
“contraria al progreso”, el DDT y otros “Contaminantes Orgánicos Persistentes”
(COP) han debido ser finalmente prohibidos como venenos muy peligrosos, aunque,
desgraciadamente, todavía no en todos los países. Un debate similar está
teniendo lugar hoy en día en torno al uso de los transgénicos (ver
Biodiversidad) o de las nanotecnologías, portadoras de muchas más esperanzas
que todas las tecnologías hasta hoy conocidas (con extraordinarias aplicaciones
informáticas, médicas, industriales, ambientales…), pero también de los mayores
peligros.
Conviene, pues, reflexionar acerca
de algunas de las características fundamentales que deben poseer las medidas
tecnológicas para hacer frente a la situación de emergencia planetaria. Según
(Daly, 1997) es preciso que cumplan lo que denomina «principios obvios para el
desarrollo sostenible»:
• Las tasas de recolección no deben superar a
las de regeneración (o, para el caso de recursos no renovables, de creación de
sustitutos renovables).
• Las tasas de emisión de residuos deben ser
inferiores a las capacidades de asimilación de los ecosistemas a los que se
emiten esos residuos.
6.
REDUCCIÓN DE LA POBREZA
Al abordar el problema de la
pobreza extrema se suelen señalar tres hechos que reclaman una atención
inmediata: la mortalidad prematura, la desnutrición y el analfabetismo (CMMAD,
1998). Ésa es la razón por la que el PNUD ha introducido el IDH (Índice de
Desarrollo Humano) que intenta reflejar el bienestar desde un punto de vista
más amplio, contemplando tres dimensiones –longevidad, estudios y nivel de
vida– y que se ha convertido en un instrumento para evaluar los diferentes entre países. Y toda esta problemática hay que
contemplarla en su contexto y en su evolución: esa terrible pobreza se produce
mientras parte del planeta asiste a un espectacular crecimiento económico. Es
decir, estamos ante una pobreza que coexiste con una riqueza en aumento, de
forma que en los últimos 40 años –señala el mismo informe del Banco Mundial– se
han duplicado las diferencias entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres
del planeta. «Si no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los
próximos años», expresaba con preocupación en 1997 el presidente del Banco
Mundial, señalando el peligro de que la pobreza acabe estallando «como una
bomba de relojería». Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países:
es preciso salir también al paso de las fuertes discriminaciones y segregación
social que se dan en el seno de una misma sociedad y, muy en particular, de las
que afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta (ver Igualdad de
género).
La reducción de la pobreza y la
universalización de los Derechos Humanos se convierten así en una necesidad
absoluta para la supervivencia de la especie humana y aunque sólo sea por
egoísmo inteligente es preciso actuar, porque la prosperidad de un reducido
número de países no puede durar si se enfrenta a la extrema pobreza de la
mayoría (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000; Vilches y Gil, 2003; Sachs, 2005).
Las sociedades del bienestar, nos recuerda Mayor Zaragoza, no podrán mantener
permanentemente lejos de sus fronteras las inmensas bolsas de miseria y se
generarán focos de inmigración imparables (ver Conflictos y violencias). Como
señala Yunus (2005), la pobreza es una creación de los seres humanos y, en
consecuencia, ellos son quienes tienen capacidad y posibilidad de solucionarla.
Esta pobreza extrema está
vinculada al conjunto de problemas que caracterizan la situación de emergencia
planetaria, desde la degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los
recursos a la explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre
literal y, en definitiva, en baja esperanza de vida.
7.
IGUALDAD DE GÉNERO
Hablar de igualdad de sexos o, como
es más frecuentemente aceptado, de igualdad de género, es referirse a un
objetivo contra una realidad de discriminaciones y segregación social. «Una de
las más frecuentas y silenciosas formas de violación de los derechos humanos es
la violencia de género», señala el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD). «Éste es un problema universal, pero para comprender mejor
los patrones y sus causas, y por lo tanto eliminarlos, conviene partir del
conocimiento de las particularidades históricas y socioculturales de cada
contexto específico.
La erradicación de la
discriminación de las mujeres entronca así con los objetivos de la educación
para la sostenibilidad, de la reducción de la pobreza y, en definitiva, de la
universalización de los derechos humanos. Así se señala en los objetivos del
Milenio: «El tercer objetivo de Desarrollo del Milenio desafía la
discriminación contra la mujer y busca asegurar que las niñas, como los niños,
tengan el derecho a la escolarización. Los indicadores relacionados con este
objetivo buscan medir el progreso hacia la mayor alfabetización de la mujer,
hacia la mayor participación y representación de ésta en la política y en la
toma de decisiones de los Estados y hacia la mejora de las perspectivas de
empleo. Así y con todo, el tema de la igualdad de género no se limita a un solo
objetivo sino que se aplica a todos ellos.
Como señala el Observatorio de
Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL): “La autonomía de las mujeres en la vida privada y pública es
fundamental para garantizar el ejercicio de sus derechos humanos. La capacidad
para generar ingresos propios y controlar activos y recursos (autonomía
económica), el control sobre su cuerpo (autonomía física), y su plena
participación en las decisiones que afectan a sus vidas y a su colectividad
(autonomía en la toma de decisiones), son los tres pilares de la igualdad de
género y de una ciudadanía paritaria”
(http://www. cepal.org/oig/).
Insistiremos tan solo, para
terminar, en que la superación de las discriminaciones de género, la extensión
(por supuesto inacabada) de derechos a esa mitad del género humano que
constituyen las mujeres, no supone “acabar con los privilegios de los hombres”,
como si para que unos ganen otros hayan de perder... El resultado no es ése y
hay que afirmarlo con claridad: la extensión de derechos beneficia a todos.
Jamás una extensión de derechos a nuevas capas se ha traducido, a medio y largo
plazo, en perjuicio de nadie. En cambio los “privilegios”, es decir, los
desequilibrios, son siempre causa de conflictos destructivos e insostenibles,
mientras que los avances hacia la universalización de los derechos se traducen
en la potenciación de la creatividad de nuevos colectivos, lo que acaba
favoreciendo un desarrollo más armónico y sostenible, beneficioso para todos.
8.
CONTAMINACIÓN SIN FRONTERAS
El problema de la contaminación es
uno de los primeros que nos suele venir a la mente cuando pensamos en la
situación del mundo, puesto que la contaminación ambiental hoy no conoce
fronteras y afecta a todo el planeta. Eso lo expresó muy claramente el ex
presidente de la República Checa, Vaclav Havel, hablando de Chernobyl: «una
radioactividad que ignora fronteras nacionales nos recuerda que vivimos –por
primera vez en la historia– en una civilización interconectada que envuelve el
planeta. Cualquier cosa que ocurra en un lugar puede, para bien o para mal,
afectarnos a todos».
La mayoría de los ciudadanos
percibimos ese carácter global del problema de la contaminación; por eso nos
referimos a ella como uno de los principales problemas del planeta. Pero
conviene hacer un esfuerzo por concretar y abordar de una forma más precisa las
distintas formas de contaminación y sus consecuencias. No basta, en efecto, con
referirse genéricamente a la contaminación del aire (debida a procesos
industriales que no depuran las emisiones, a los sistemas de calefacción y al
transporte, etc.), de los suelos (por almacenamiento de sustancias sólidas peligrosas:
radiactivas, metales pesados, plásticos no biodegradables…) y de las aguas
superficiales y subterráneas (por los vertidos sin depurar de líquidos
contaminantes, de origen industrial, urbano y agrícola, las “mareas negras”, y
también, de nuevo, los plásticos, cuyas bolsas han “colonizado” todos los
mares, provocando la muerte por ahogamiento de tortugas y grandes peces y dando
lugar a inmensas islas flotantes, etc.).
En ocasiones se habla de “sopa
química” para hacer referencia a esta plétora de productos de síntesis en la
que vivimos sumergidos. Se contribuye así al estereotipo que ve a la química -y
por extensión a toda la ciencia- como responsable de lo “artificial” y
peligroso frente a lo “natural” y saludable. Una vez más hemos de llamar la atención
contra estas concepciones simplistas e insistir en que hoy la ciencia y la
tecnología lo impregnan todo y es casi imposible encontrar algo, sea bueno o
malo, en lo que no estén jugando un papel. La lista de contribuciones de la
tecnociencia –y en particular de la química- al bienestar humano sería al menos
igualmente larga que la de sus efectos negativos. De hecho podemos hablar de
una potente corriente de química para la sostenibilidad, conocida como “Química
verde” y también como “Química sostenible” o “Química sustentable”, que
estudia, entre otras cosas, cómo mitigar y prevenir la contaminación y cómo
contribuir a la eficiencia de los procesos y que ya cuenta con numerosas
realizaciones. Algo en lo que la Química no está sola, sino que impregna todo
un movimiento de “Responsabilidad de la tecnociencia”.
De entre los muchos ejemplos,
debemos referirnos a otras graves formas de contaminación como la que suponen
las dioxinas, sustancias cancerígenas que se producen, por ejemplo, al
incinerar residuos sólidos urbanos y “resolver” así el problema que plantea su
acumulación, sin proceder a los necesarios estudios de impacto. Y lo mismo ha
ocurrido al pretender resolver el problema de los despojos animales
reutilizándolos en forma de piensos (harinas cárnicas) que han terminado
generando el problema mucho mayor de las “vacas locas”, obligando a sacrificar
millones de cabezas de ganado.
9.
CONSUMO RESPONSABLE
Hablar de consumo responsable es
plantear el problema del “hiperconsumo” de las sociedades “desarrolladas” y de
los grupos poderosos de cualquier sociedad, que sigue creciendo como si las
capacidades de la Tierra fueran infinitas (Daly, 1997; Brown y Mitchell, 1998;
Folch, 1998; García, 1999). Baste señalar que los 20 países más ricos del mundo
han consumido en este siglo más naturaleza, es decir, más materia prima y
recursos energéticos no renovables, que toda la humanidad a lo largo de su
historia y prehistoria.
Si se evalúa todo lo que un día
usamos los ciudadanos de países desarrollados en nuestras casas (electricidad,
calefacción, agua, electrodomésticos, muebles, ropa, etc., etc.) y los recursos
utilizados en transporte, salud, protección, ocio… el resultado muestra
cantidades ingentes. En estos países, con una cuarta parte de la población
mundial, consumimos entre el 50 y el 90% de los recursos de la Tierra y
generamos las dos terceras partes de las emisiones de dióxido de carbono. Sus
fábricas, vehículos, sistemas de calefacción… originan la mayoría de
desperdicios tóxicos del mundo, las tres cuartas partes de los óxidos que
causan la lluvia ácida; sus centrales nucleares más del 95% de los residuos
radiactivos del mundo. Un habitante de estos países consume, por término medio,
tres veces más cantidad de agua, diez veces más de energía, por ejemplo, que
uno de un país pobre. Se trata de un consumo de recursos materiales y
energéticos muy superior al aparente o visible, que constituye apenas la punta
del iceberg, según muestran los estudios de la “mochila ecológica”, que indica
la cantidad de materiales que se suman durante todo el ciclo de vida del
producto. Así, por ejemplo, una bandeja de cobre de 1.5 kg tiene una mochila
ecológica superior a la media tonelada. Y este elevado consumo se traduce en
consecuencias gravísimas para el medio ambiente de todos, incluido el de los
países más pobres, que apenas consumen.
En conclusión, es preciso evitar
el consumo de productos que dañan al medio ambiente por su alto impacto
ambiental, es preciso ejercer un consumo más responsable, más basado en los
productos locales -como preconizan, por ejemplo, el “Local Food Movement” o el
movimiento “slow”- en la agricultura agroecológica, etc. Un consumo alejado de
la publicidad agresiva que nos empuja a adquirir productos inútiles o exóticos
y que a menudo se viste engañosamente de verde (incurriendo en lo que se ha
denominado “Greenwashing”). Es preciso, además, ajustar ese consumo a las
reglas del comercio justo, que implica producir y comprar productos con
garantía de que han sido obtenidos con procedimientos sostenibles, respetuosos
con el medio y con las personas... Corrientes como “Nueva cultura del agua”,
“Nueva cultura energética”, “Nueva cultura de la movilidad” o “Nueva cultura
urbana”, expresan la necesidad y posibilidad de estos cambios en los patrones
de consumo y gestión de los recursos. Pero aunque todo esto es necesario, no es
suficiente para sentar las bases de un futuro sostenible. Es necesario también
abordar otros problemas relacionados como el crecimiento realmente explosivo
que ha experimentado en muy pocas décadas el número de seres humanos.
10.
TURISMO SOSTENIBLE
La problemática del turismo está
estrechamente ligada a la del consumo responsable, porque al igual que muchas
de las cosas que hacen posible nuestro trabajo, o que dan sentido a nuestras
vidas, hacer turismo exige consumo. Para gozar de la biodiversidad, por
ejemplo, hemos de desplazarnos y consumir energía.
Los datos acerca de las
consecuencias del turismo son contradictorios. Por una parte tenemos claras
repercusiones positivas: creación de empleo, incremento de ingresos económicos,
evitación de migraciones por falta de trabajo, mejora del nivel cultural de la
población local y apertura a costumbres más libres, intercambios culturales en
ambos sentidos, de modos de vida, sensibilización de turistas y población local
hacia el medio ambiente, etc. Por otra parte están las consecuencias negativas,
tan importantes como las anteriores: incremento en el consumo de suelo, agua,
energía, destrucción de paisajes, aumento de la producción de residuos y aguas
residuales, alteración de los ecosistemas, introducción de especies exóticas de
animales y plantas, inducción de flujos de población hacia poblaciones
turísticas, aumento de incendios forestales, tráfico de personas y drogas, etc.
Esta definición de turismo
sostenible (turismo responsable, ecoturismo, turismo “slow”…), se ha traducido
en la consideración de una serie de requisitos que la OMT (1994) considera
fundamentales para la implantación de la Agenda 21 en los centros turísticos:
• La minimización de los residuos.
• Conservación y gestión de la
energía.
• Gestión del recurso agua.
• Control de las sustancias peligrosas.
• Transportes.
• Planeamiento urbanístico y
gestión del suelo.
• Compromiso medioambiental de los
políticos y de los ciudadanos.
• Diseño de programas para la
sostenibilidad.
• Colaboración para el desarrollo
turístico sostenible.
En definitiva, empieza a crecer
una demanda de turismo respetuoso con el medio y con las personas, que se
ajusta a los requisitos de la “Nueva cultura” (de la movilidad, energética,
urbana, del agua…) y que apuesta, consiguientemente, por reducir al máximo las
emisiones contaminantes que genera el viaje, por valorar más los pequeños
hoteles locales a las grandes cadenas hoteleras, por contribuir con ecotasas a
la protección de la zona en vez de buscar los precios más bajos a costa de la
explotación de los trabajadores y la degradación del medio.
11.
DERECHOS HUMANOS
El logro de la sostenibilidad
aparece hoy indisolublemente asociado a la necesidad de universalización y
ampliación de los derechos humanos. Sin embargo, esta vinculación tan directa
entre superación de los problemas que amenazan la supervivencia de la vida en
el planeta y la universalización de los derechos humanos suele producir
extrañeza y dista mucho de ser aceptado con facilidad. Conviene, por ello,
detenerse mínimamente en lo que se entiende hoy por Derechos Humanos, un concepto
que ha ido ampliándose hasta contemplar tres “generaciones” de derechos
(Vercher, 1998) que constituyen, como ha sido señalado, requisitos básicos de
un desarrollo sostenible, de una cultura de la sostenibilidad que permita hacer
frente a la actual situación de emergencia planetaria.
Si queremos avanzar hacia la
sostenibilidad de las sociedades, hacia el logro de una democracia planetaria o
cosmopolita, será necesario reconocer y garantizar otros derechos, además de
los civiles y políticos, que aunque constituyen un requisito imprescindible son
insuficientes. Nos referimos a la necesidad de contemplar también la
universalización de los derechos económicos, sociales y culturales, o “Derechos
humanos de segunda generación” (Vercher, 1998), reconocidos bastante después de
los derechos políticos. Hubo que esperar a la Declaración Universal de 1948
para verlos recogidos y mucho más para que se empezara a prestarles una
atención efectiva. Entre estos derechos podemos destacar:
• Derecho universal a un trabajo satisfactorio,
a un salario justo, superando las situaciones de precariedad e inseguridad,
próximas a la esclavitud, a las que se ven sometidos centenares de millones de
seres humanos (de los que más de 250 millones son niños).
• Derecho a una vivienda adecuada
en un entorno digno, es decir, en poblaciones de dimensiones humanas,
levantadas en lugares idóneos –con una adecuada planificación que evite la
destrucción de terrenos productivos, las barreras arquitectónicas, etc.– y que
se constituyan en foros de participación y creatividad.
• Derecho universal a una
alimentación adecuada, tanto desde un punto de vista cuantitativo (desnutrición
de miles de millones de personas) como cualitativo (dietas desequilibradas) lo
que dirige la atención a nuevas tecnologías de producción agrícola.
• Derecho universal a la salud.
Ello exige recursos e investigaciones para luchar contra las enfermedades
infecciosas que hacen estragos en amplios sectores de la población del tercer
mundo (cólera, malaria...) y contra las nuevas enfermedades “industriales”
(tumores, depresiones...) y “conductuales”, como el SIDA. Es preciso igualmente
una educación que promueva hábitos saludables, el reconocimiento del derecho al
descanso, el respeto y solidaridad con las minorías que presentan algún tipo de
dificultad, etc.
• Derecho a la planificación
familiar, es decir, a una maternidad y paternidad responsable, y al libre
disfrute de la sexualidad, que no conculque la libertad de otras personas, sin
las barreras religiosas y culturales que, por ejemplo, condenan a millones de
mujeres al sometimiento.
• Derecho a una educación de calidad,
espaciada a lo largo de toda la vida, sin limitaciones de origen étnico, de
género, etc., que genere actitudes responsables y haga posible la participación
en la toma fundamentada de decisiones.
• Derecho a la cultura, en su más
amplio sentido, como eje vertebrador de un desarrollo personal y colectivo
estimulante y enriquecedor.
• Reconocimiento del derecho a
investigar todo tipo de problemas (origen de la vida, manipulación genética...)
sin limitaciones ideológicas, pero tomando en consideración sus implicaciones
sociales y sobre el medio y ejerciendo un control social que evite la
aplicación apresurada, guiada por intereses a corto plazo, de tecnologías insuficientemente
contrastadas, que pueden afectar, como tantas veces ha ocurrido, a la
sostenibilidad. Se trata, pues, de completar el derecho a investigar con la
aplicación del llamado Principio de Precaución.
12.
DIVERSIDAD CULTURAL
El tratamiento de la diversidad
cultural puede concebirse, en principio, como continuación de lo visto en el
apartado dedicado a la biodiversidad, en cuanto extiende la preocupación por la
pérdida de biodiversidad al ámbito cultural. La pregunta que se hace Maaluf
(1999) expresa muy claramente esta vinculación: «¿Por qué habríamos de
preocuparnos menos por la diversidad de culturas humanas que por la diversidad
de especies animales o vegetales? Ese deseo nuestro, tan legítimo, de conservar
el entorno natural, ¿no deberíamos extenderlo también al entorno humano?». Pero
decimos en principio, porque es preciso desconfiar del “biologismo”, es decir,
de los intentos de extender a los procesos socioculturales las leyes de los
procesos biológicos. Son intentos frecuentemente simplistas y absolutamente
inaceptables, como muestran, por ejemplo, las referencias a la selección
natural para interpretar y justificar el éxito o fracaso de las personas en la
vida social.
Pero las ventajas de la diversidad
cultural no se reducen a las de la pluralidad lingüística. Es fácil mostrar que
la diversidad de las contribuciones que los distintos pueblos han hecho en
cualquier aspecto (agricultura, la cocina, la música…) constituye una riqueza
para toda la humanidad.
Hay que señalar esto con mucho
énfasis, porque es fácil caer en analogías biologicistas y pensar que la
solución para la diversidad cultural está en el aislamiento, en “evitar las
contaminaciones”. La puesta en contacto de culturas diferentes puede traducirse
(y a menudo así ha sucedido, lamentablemente) en la hegemonía de una de esas
culturas y la destrucción de otras; pero también es cierto el frecuente efecto
fecundador, generador de novedad, del mestizaje cultural, con creación de
nuevas formas que hacen saltar normas y “verdades” que eran consideradas
“eternas e incuestionables” por la misma ausencia de alternativas. El
aislamiento absoluto, a lo “talibán”, no genera diversidad, sino
empobrecimiento cultural.
13.
CAMBIO CLIMÁTICO
La alerta ante la influencia de
las acciones humanas en la evolución del clima comienza a cobrar fuerza a finales
de los años sesenta con el establecimiento del Programa Mundial de
Investigación Atmosférica, si bien las primeras decisiones políticas en torno a
dicho problema se adoptan en 1972, en la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Medio Ambiente Humano (CNUMAH). En dicha Conferencia, se propusieron
actuaciones para mejorar la comprensión de las causas que estuvieran pudiendo
provocar un posible cambio climático. Ello dio lugar en 1979 a la convocatoria
de la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima.
Los resultados de estos análisis
son realmente preocupantes: la proporción de CO2 en la atmósfera, por ejemplo,
para cuya medida se ha introducido el concepto de “huella de carbono”, ha
aumentado de forma acelerada en las últimas décadas, provocando un notable
incremento del efecto invernadero (Balairón, 2005). Y, antes de referirnos a
las causas de este alarmante fenómeno, es preciso salir al paso del frecuente
error que supone hablar negativamente del efecto invernadero. Gracias a que hay
gases “de efecto invernadero” en la composición de la atmósfera (dióxido de
carbono, vapor de agua, óxido de nitrógeno, metano…) la energía solar absorbida
por el suelo y las aguas no es total e inmediatamente irradiada al espacio al
dejar de ser iluminados, sino que la atmósfera actúa como las paredes de vidrio
de los invernaderos y, de este modo, la temperatura media de la Tierra se
mantiene en torno a los 15º C. Así se logra un balance energético natural que
evita tremendas oscilaciones de temperatura, incompatibles con las formas de
vida que conocemos.
El problema no está, pues, en el
efecto invernadero, sino en la alteración de los equilibrios existentes, en el
incremento de los gases que producen el efecto invernadero, debido fundamentalmente
a la emisión creciente de CO2 que se produce al quemar combustibles fósiles
como carbón o petróleo, sin olvidar que hay otros gases, como el metano, óxido
nitroso, clorofluorcarbonos, hidrofluorcarbonos, vapor de agua y el ozono, que
contribuyen también a ese efecto y las emisiones de la mayoría de ellos crecen
cada año provocando lo que deberíamos denominar, como se hace en francés,
“recalentamiento climático” (Bovet et al., 2008, pp. 44-45), puesto que el
problema no reside en el que la atmósfera esté caliente, sino en que se
calienta demasiado.
14.
BIODIVERSIDAD
Es preciso reflexionar acerca de
la importancia de la biodiversidad y de los peligros a que está sometida en la
actualidad a causa del actual crecimiento insostenible, guiado por intereses
particulares a corto plazo y sus consecuencias: una contaminación sin
fronteras, el cambio climático, la degradación ambiental..., que dibujan una
situación de emergencia planetaria.
Para algunos, la creciente preocupación por la
pérdida de biodiversidad es exagerada y aducen que las extinciones constituyen
un hecho regular en la historia de la vida: se sabe que han existido miles de
millones de especies desde los primeros seres pluricelulares y que el 99% de
ellas ha desaparecido.
Pero la preocupación no viene por
el hecho de que desaparezca alguna especie, sino porque se teme que estamos
asistiendo a una masiva extinción (Duarte Santos, 2007) como las otras cinco
que, según Lewin (1997), se han dado a lo largo de la evolución de la vida,
como la que dio lugar a la desaparición de los dinosaurios. Y esas extinciones
han constituido auténticos cataclismos. Lo que preocupa, pues, y muy
seriamente, es la posibilidad de provocar una catástrofe que arrastre a la
propia especie humana (Diamond, 2006). Según Delibes de Castro, «diferentes
cálculos permiten estimar que se extinguen entre diez mil y cincuenta mil
especies por año. Yo suelo citar a Edward Wilson, uno de los ‘inventores’ de la
palabra biodiversidad, que dice que anualmente desaparecen veintisiete mil
especies, lo que supone setenta y dos diarias y tres cada hora (…) una cifra
fácil de retener. Eso puede representar la pérdida, cada año, del uno por mil
de todas las especies vivientes. A ese ritmo, en mil años no quedaría ninguna
(incluidos nosotros)» (Delibes y Delibes, 2005). En la misma dirección, Folch
(1998) habla de una homeostasis planetaria en peligro, es decir, de un
equilibrio de la biosfera que puede derrumbarse si seguimos arrancándole
eslabones: «La naturaleza es diversa por definición y por necesidad. Por eso,
la biodiversidad es la mejor expresión de su lógica y, a la par, la garantía de
su éxito». Es muy esclarecedor el ejemplo que da acerca de las vides: de no
haber existido las variedades espontáneas de vid americana, ahora hace un siglo
la uva y el vino hubieran desaparecido en el mundo, debido a que la filoxera
«liquidó hasta la última cepa de las variedades europeas, incapaces de hacerle
frente». Comprometerse con el respeto de la biodiversidad biológica, concluye
Folch, constituye una medida de elemental prudencia.
Iniciativas de protección y buen
uso de la biodiversidad, de los valores ambientales, como las asociadas a la
“Custodia del territorio” (Land stewardship) (estrategias e instrumentos que
buscan la conservación de los valores naturales, culturales y paisajísticos de
una zona determinada), convenios y acuerdos internacionales de protección de
especies de fauna y flora, en contra del comercio internacional de especies
amenazadas, etc., etc., que deben ser impulsadas con urgencia.
15.
URBANIZACIÓN SOSTENIBLE
La palabra ciudadano se ha
convertido casi en sinónimo de ser humano… hablamos de civismo, de educar en la
ciudadanía, de derechos y deberes de los ciudadanos… la ciudadanía y, por
tanto, la ciudad, aparecen como una conquista clave de los seres humanos. Y en
ese sentido, tan ciudadanos son los habitantes de una gran ciudad como los de
una pequeña población rural. Pero sabemos que la atracción de las ciudades, del
mundo urbano, sobre el mundo rural tiene razones poderosas y en buena parte
positivas. Como afirma Folch, «las poblaciones demasiado pequeñas no tienen la
masa crítica necesaria para los servicios deseables». La educación, la sanidad,
el acceso a trabajos mejor remunerados, la oferta cultural y de ocio… todo
llama hacia la ciudad en busca de un aumento de calidad de vida.
Una población creciente se ve así
condenada a vivir en barrios de latas y cartón o, en el mejor de los casos, de
cemento, que provocan la destrucción de los terrenos agrícolas más fértiles,
junto a los cuales, precisamente, se empezaron a construir las ciudades. Una
destrucción que deja a los habitantes de esos barrios en una casi completa
desconexión con la naturaleza… O a merced de sus efectos más destructivos
cuando, como ocurre muy a menudo, se ocupan zonas susceptibles de sufrir las
consecuencias de catástrofes naturales, como los lechos de torrentes o las
laderas desprotegidas de montañas desprovistas de su arbolado. Las noticias de
casas arrastradas por las aguas o sepultadas por aludes de fango se suceden
casi sin interrupción. Esa destrucción ambiental no afecta únicamente al
terreno que ocupan las ciudades, sino que cuartea todo el territorio mediante
la “inevitable” red de autopistas, que exige masivas deforestaciones, haciendo
inviable la supervivencia de muchos animales, introduciendo peligrosas barreras
en el curso natural de las aguas y contribuyendo, en definitiva, a la
degradación de los ecosistemas.
16.
NUEVA CULTURA DEL AGUA
El agua ha sido considerada
comúnmente como un recurso renovable, cuyo uso no se veía limitado por el
peligro de agotamiento que afecta, por ejemplo, a los yacimientos minerales.
Los textos escolares hablan, precisamente, del “ciclo del agua” que, a través
de la evaporación y la lluvia, devuelve el agua a sus fuentes para engrosar los
ríos, lagos y acuíferos subterráneos… y vuelta a empezar.
La Comisión Mundial del Agua ha
alertado además del drástico descenso de los recursos hídricos provocado
también por la degradación ambiental y, muy concretamente, por la deforestación
y la pérdida de nieves perpetuas fruto del cambio climático: la lluvia ya no es
retenida por la masa boscosa, ni tampoco en forma de nieve, lo que favorece la
erosión y desertización. En el 2000 las reservas de agua en África eran la
cuarta parte de las que existían medio siglo antes y en Asia y en América Latina
un tercio y siguen disminuyendo mientras crecen la desertización y las
prolongadas sequías. Y denuncia que 1200 millones de personas carecen de agua
potable, mientras que a 3000 millones les falta agua para lavarse y no tienen
un sistema de saneamiento aceptable
17.
AGOTAMIENTO DE RECURSOS
El agotamiento de muchos recursos
vitales para nuestra especie –a consecuencia de su dilapidación o de su
destrucción, fruto de comportamientos consciente o inconscientemente
depredadores orientados por la búsqueda de beneficios particulares a corto
plazo– constituye uno de los más preocupantes problemas de la actual situación
de emergencia planetaria.
Dicho con otras palabras: nos
enfrentamos a un grave problema de agotamiento de recursos esenciales a pesar
de que la mayoría de los seres humanos tienen un reducido acceso a los mismos.
Un agotamiento de recursos que ha jugado un papel determinante, aunque no
exclusivo, en el colapso de pasadas civilizaciones y que ahora amenaza con
conducir <<al colapso de la sociedad mundial en su conjunto>>
Naturalmente resulta difícil
predecir con precisión cuánto tiempo podremos seguir disponiendo de petróleo,
carbón o gas natural. La respuesta depende de las reservas estimadas y del
ritmo de consumo mundial. Y ambas cosas están sujetas a variaciones: se siguen realizando
prospecciones en busca de nuevos yacimientos e incluso se está volviendo a
extraer petróleo de yacimientos que hace tiempo fueron abandonados como no
rentables.
Esta disminución de los bosques,
particularmente grave en el caso de las selvas tropicales, no sólo incrementa
el efecto invernadero, al reducirse la absorción del dióxido de carbono (ver
cambio climático) sino que, además, agrava el descenso de los recursos
hídricos: a medida que la cubierta forestal mengua, aumenta lógicamente la escorrentía
de la lluvia, lo que favorece las inundaciones, la erosión del suelo y reduce
la cantidad que se filtra en la tierra para recargar los acuíferos.
En definitiva, el peligro de
agotamiento de recursos y de transformación antrópica de los ecosistemas, debidos
a nuestras formas de vida, es realmente muy elevado y exige la urgente adopción
de medidas de ahorro.
18.
GOBERNANZA UNIVERSAL
Vivimos una grave situación de
emergencia planetaria que obliga a pensar en un complejo entramado de medidas,
tecnológicas, educativas y políticas, cada una de las cuales tiene carácter de condumio
sine qua no, sin que ninguna de ellas, por sí sola, pueda resultar efectiva,
pero cuya ausencia puede anular el efecto de las que sí se apliquen: se ha
comprendido, en efecto, que no basta con plantear tecnologías para la
sostenibilidad o una educación para la sostenibilidad; son precisas igualmente
medidas políticas que garanticen las auditorías ambientales, la protección de
la diversidad biológica y cultural, la promoción de tecnologías sostenibles mediante
políticas de I + D y una fiscalidad verde que penalice los consumos y
actuaciones contaminantes, etc…
La expresión “globalidad
responsable”, que fue el lema del Foro Económico Mundial de 1999, suponía el
reconocimiento, por parte de los líderes de la economía mundial, de la ausencia
de control o la irresponsabilidad con que se estaba desarrollando el proceso de
“globalización”. Por ello, frente a este foro predominantemente económico, ha
surgido el Foro Social Mundial en Porto Alegre, a favor de una mundialización
real que defiende la existencia de instituciones democráticas a nivel
planetario, capaces de gestionar los bienes públicos globales, patrimonio común
de la humanidad, y de evitar su destrucción por quienes solo velan por sus
intereses a corto plazo.
Pero el funcionamiento ha de ser
también plenamente democrático a nivel local. Podemos destacar en ese sentido
la experiencia de Porto Alegre, una ciudad que aparece hoy como un modelo de
gestión local, con un equipo de gobierno que ha logrado, con su espléndida idea
de “presupuestos participativos”, hacer intervenir directamente a los
ciudadanos y ciudadanas en la elaboración de los presupuestos de la ciudad y,
por tanto, en la elección de prioridades. Esta intervención ciudadana se ve hoy
favorecida por Internet y, en general, las TIC, que permiten una difusión
global y una conectividad constante que debe ser aprovechada críticamente.
19.
DESERTIZACIÓN
Los problemas que caracterizan la
situación del mundo –contaminación sin fronteras, acelerado proceso de urbanización,
agotamiento de recursos naturales, etc.– están estrechamente relacionados y se
potencian mutuamente en una especie de “espiral infernal” que está alterando
profundamente el planeta en que vivimos. Es necesario, por tanto, considerar
los efectos glocales (a la vez globales y locales) de esas alteraciones que se
están produciendo, para completar así un primer diagnóstico de los problemas
del planeta.
Conviene plantearse este proceso
de degradación para comprender la gravedad de una situación a la que hemos
llegado, porque, durante demasiado tiempo, las prioridades de los seres humanos
se han centrado en lo que podemos tomar de la naturaleza, sin preocuparnos del
impacto de nuestras acciones. Estamos utilizando los recursos a un ritmo
superior al de su regeneración (¡cuando son regenerables!) y estamos
produciendo desechos a mayor ritmo que el de su absorción (¡cuando son
absorbibles!). Es necesario puntualizar, sin embargo, que esto es algo que los
seres humanos, en general, hemos hecho siempre: durante milenios hemos tomado
todo lo que hemos podido de una naturaleza que parecía ilimitada, sin
preocuparnos por los efectos de nuestras acciones. Siempre había nuevas
fronteras para conquistar, nuevas tierras vírgenes. Pero este proceso se ha
acelerado tremendamente en los dos últimos siglos y la naturaleza ha terminado
por pasar factura de los excesos cometidos con ella.
La desertización, por otro lado,
afecta a su vez a la salud, evidenciando de nuevo esa compleja interacción de
los problemas a la que venimos haciendo referencia. Así, la Organización
Mundial de la Salud (OMS) ha señalado recientemente que la desertización
representa una grave amenaza para la salud humana, pues incrementa las
enfermedades respiratorias, las infecciosas, las quemaduras, la malnutrición,
la inanición…
Esta degradación alcanza a otros
aspectos de la biodiversidad del planeta. Es sabido que la creciente
explotación intensiva, los incendios, la contaminación, afectan también a las
praderas, uno de los tipos de vegetación más extendidos del mundo que cubren
casi una quinta parte de la superficie continental de la Tierra: las extensas
llanuras de América del Norte, las sabanas de África, las estepas rusas, son
ejemplos de estos ecosistemas que sustentan miles de especies diferentes,
encima y debajo del suelo, desempeñando un papel crucial en el mantenimiento
del equilibrio ecológico del mundo. En este deterioro, se observa que el
desierto del Sahara se extiende rápidamente hacia el sur, tragándose cada año
kilómetros de praderas degradadas.
20.REDUCCIÓN DE DESASTRES
ç
En el Tema de Acción Clave
dedicado a la contaminación sin fronteras nos referíamos a las consecuencias
catastróficas de algunos “accidentes”, como el que supuso la explosión del
reactor nuclear de Chernobyl, auténtico desastre ambiental y humano. Y
señalábamos que, a menudo, no se trata de hechos accidentales, sino de
auténticas catástrofes anunciadas. Intentaremos fundamentar aquí esta tesis y
mostrar su validez general en todo tipo de desastres, incluidos los
considerados “naturales”. Sólo esta comprensión nos permitirá hacer frente a
los mismos y adoptar medidas efectivas para su reducción.
El recuerdo de algunos ejemplos
nos ayudará a comprender la gravedad de este incremento de desastres, que
caracteriza la actual situación de emergencia planetaria:
• Los archivos históricos señalan
que durante siglos hubo inundaciones del río Yangtze en la provincia china de
Hunau uno de cada veinte años, mientras que ahora ¡se repiten 9 de cada 10
años!
• En la zona del Caribe y
Centroamérica siempre hubo huracanes, pero en 1998, el huracán Mitch barrió
Centroamérica durante más de una semana, dejando más de 10000 muertos. Fue el
huracán más devastador de cuantos habían afectado al Atlántico en los últimos
200 años. Después vinieron otros, como el Katrina, de efectos igualmente
destructivos y en número siempre en aumento.
• Las olas de calor en la Europa
húmeda se repiten a un ritmo desconocido hasta aquí, intercalando sequías e
inundaciones.
21.
CONCLICTOS Y VIOLENCIAS
Suele afirmarse que los
desequilibrios, las tremendas desigualdades existentes entre los seres humanos,
generan conflictos, violencia.
No hay duda acerca de que los
desequilibrios extremos son insostenibles y provocarán los conflictos y
violencias a los que hacen referencia Mayor Zaragoza o Ramón Folch, pero es
preciso señalar que, en realidad, las desigualdades extremas son también
violencia (Vilches y Gil, 2003). ¿Qué mayor violencia que dejar morir de hambre
a millones de seres humanos, a millones de ni- ños? El mantenimiento de la
situación de extrema pobreza en la que viven tantos millones de seres humanos
es un acto de violencia permanente (ver Reducción de la pobreza). Una violencia
que, es cierto, engendra más violencia, otras formas de violencia:
• Las guerras y carreras
armamentistas con sus implicaciones económicas y de sus terribles secuelas para
personas y medio…
• El terrorismo en sus muy
diversas manifestaciones, que para algunos se ha convertido en “el principal
enemigo”, justificando notables incrementos de los presupuestos militares… a
expensas de otros capítulos.
• El crimen organizado, las
mafias, que trafican con droga, armas, seres humanos... con su presencia
creciente en todo el planeta y también con un enorme peso económico, gracias a
la corrupción y al blanqueo del dinero negro que es canalizado hacia empresas
“respetables”. Los negocios legales e ilegales resultan así perfectamente
imbricados y el volumen del comercio asociado a mafias se estima de 2 a 10
millardos de dólares.
• Las presiones migratorias, con los dramas
que conllevan y los rechazos que producen…
• La actividad especuladora de
algunas empresas transnacionales que buscan el mayor beneficio propio a corto
plazo, desplazando su actividad allí donde los controles ambientales y los
derechos de los trabajadores son más débiles, contribuyendo, a menudo con ayuda
de la corrupción, del tráfico de capitales y de los paraísos fiscales, al
deterioro social y a la destrucción del medio ambiente.
Todas estas formas de violencia
están interconectadas entre sí… y con el resto de problemas a los que venimos
haciendo referencia: desde el hiperconsumo o la explosión demográfica a la
contaminación y degradación de los ecosistemas. Todos se potencian mutuamente y
resulta iluso pretender resolver aisladamente cuestiones como el terrorismo o
las migraciones incontroladas. Los problemas son globales y las soluciones
habrán de serlo también, implicando desde tecnologías para la sostenibilidad,
medidas educativas y medidas políticas (ver Gobernanza universal).